La violencia de género se olvida con las prostitutas
Hay más de 1.100 mujeres en Bizkaia ejerciendo la prostitución, según los datos obtenidos por la asociación Askabide de ayuda a las prostitutas. Pero sigue siendo un tema tabú dentro de las instituciones que luchan por defender los derechos de la mujer. Penélope (nombre ficticio), brasileña residente en España y con más de 17 años trabajados en la calle, tuvo que luchar sola en defensa de sus derechos tras haber sido agredida por un cliente en pleno servicio. Todas las instituciones le dieron la espalda por no sufrir maltrato procedente de una pareja o ex pareja: en el área de defensor a la mujer no se considera maltrato si no hay relación sentimental entre ambas partes.
Los últimos años la cantidad de mujeres y hombres de nacionalidad española que han entrado en la prostitución ha ido en aumento: de un 5% a un 15%, según los datos obtenidos a través de Askabide. Aun así, el porcentaje de mujeres inmigrantes sigue siendo indudablemente mucho mayor: un 77% son procedentes de Sudamérica, un 15% rumanas, búlgaras o españolas y las nigerianas rondan el 7%.
A pesar de ser un grupo pequeño, las nigerianas son quienes más problemas producen en la comunidad del bilbaíno barrio de San Francisco, donde los vecinos se quejan de los altercados: “Las chicas se dedican a destrozar las fachadas, ensuciar las calles con porquería y encima no nos dejan dormir, haciendo ruido en plena madrugada”, dice Andoni, uno de los tantos vecinos afectados. “Los policías no hacen nada, vienen y se quedan parados en una zona”, añade Andrés, otro convecino. A pesar de la presencia continua policial, no se erradica directamente la actividad ilegal de ejercer la prostitución en la calle y el objetivo es que no se extienda a otras zonas y solucionar las peleas entre clientes y mujeres. Todo esto se debe a la ambigua Ordenanza Local sobre establecimientos públicos dedicados a la prostitución del Ayuntamiento de Bilbao, que no regula la prostitución en la calle; simplemente establece una regularización y requerimientos que afectan a los locales, clubes o pubs.
Penélope y Jacqueline, también prostituta (nombre ficticio igualmente), inicialmente realizaban su actividad en uno de los muchos clubes situados en San Francisco, que en una calle alberga la mayoría de los locales con servicios sexuales. Esto choca con uno de los requisitos expuestos en la ordenanza, que exige que haya una mínima distancia de 500 metros de un local a otro.
Las ‘chicas de la calle’ comentan que cada vez tienen más problemas en conseguir clientes ya que hay otras que ofrecen sus servicios vía Internet o los periódicos. En Google Maps aparece un recorrido llamado ‘Mapa de prostitutas Bilbo-Bilbao’ donde se indican puntos clave o chicas disponibles 24 horas. La mayoría de ellas ofrece sus servicios en pisos clandestinos, algunos de los cuales han sido desmantelados gracias a denuncias vecinales. De cada 120 alojamientos ilegales dedicados a la prostitución en Bizkaia, seis de ellos son ocupados por hombres y transexuales que ofrecen servicios sexuales, según Askabide.
En caso de agresión la prostituta sufre una gran exclusión social porque la gente no la ve con buenos ojos, dicen bueno, como era puta seguramente fue algo que le pidió el chico. (Askabide)
Andrea Fernández, funcionaria del área de Urbanismo del Ayuntamiento de Bilbao, asegura desconocer que haya ninguna medida en marcha en torno a la prostitución en la calle o en los pisos clandestinos que recogen esta actividad. Urbanismo, que otorga las licencias a los clubes, hace caso omiso a esta situación y traslada responsabilidades a los Gobiernos vasco y central, quienes, según ellos, son los que deberían solucionar estos problemas que se llevan alargando tantos años.
Después de acudir al Ayuntamiento, al área de la Mujer y a la Policía, el único amparo que encontró Penélope para encarar al cliente maltratador fue la asociación Askabide, una de las más activas en Bizkaia en torno a la prostitución, ya que su localización en la zona le facilita una rápida actuación. Ofrece asesoría jurídica, social, administrativa… a aquellas personas dedicadas a la prostitución que busquen ayuda. Amoldan sus actividades a las necesidades de cada una de las personas que acuden a ellos, como en el caso de Penélope. Xabi, voluntario dentro de la asociación declara: «En caso de agresión la prostituta sufre una gran exclusión social porque la gente no la ve con buenos ojos, dicen bueno, como era puta seguramente fue algo que le pidió el chico, existía un acuerdo previo… Siempre es culpa de ella por ofrecer servicios sexuales”. Esta imagen social que se tiene en torno a esta actividad dificulta conseguir fuentes de financiación para los programas porque,como comenta Xabi, dentro del ayuntamiento se discute qué área debe encargarse de financiar asociaciones como esta: el área de la mujer, contra la exclusión, integración… y sigue siendo un debate en pleno siglo XXI.
«Para que otras no consigan clientes acudimos a la brujería»
Penélope lleva más de 17 años viviendo en Bilbao y desde que llegó se dedica a la prostitución. Empezó trabajando en un club pero decidió ejercer en la calle tras varios años por diferentes razones: “No me llegaba el dinero, la mayoría se lo llevaba el jefe y cuando tenía un cliente tenía que esperar a que mi compañera acabase porque solo había una cama”, dijo Penélope. Este hecho provocaba que perdiese el cliente porque la espera podía alargarse hasta una hora. Entonces no llegaba al número de clientes exigidos por el jefe y tenía que hacer horas extras. La jornada de trabajo podría ascender hasta 15 horas seguidas sin descanso dentro del local.
Ahora ella, junto a Jacqueline, ejerce en la calle teniendo alquilada una habitación donde llevan a los clientes. A pesar de que en estos momentos no tiene que dar explicaciones a nadie, vive en una tensión continua, y no es por los policías o los vecinos, sino por sus propias compañeras de oficio. “Es tal la rivalidad que hay entre nosotras que apenas puedes trabajar tranquila, siempre hay discusiones o peleas, aquí no te puedes fiar de nadie”, declara Jacqueline.
La lucha, según relatan ellas mismas, viene entre las que son de la misma nacionalidad, es decir, entre rumanas y brasileñas se respetan pero por ejemplo las brasileñas entre ellas no. Según comenta Penélope, ha sufrido abusos e incluso le han hecho brujería pero no solo a ella, sino a sus hijos y familiares para que pierda clientes. Es una lucha continua donde cada una defiende su esquina en una pequeña calle.
Fuente: El Diario