Lo último que necesitan las/os hijas/os como referente para su desarrollo, es el modelo de un progenitor que practica la violencia de género. Convivir con la violencia de género en la infancia es una forma de soportar violencia directamente en la etapa del desarrollo más vulnerable e indefensa.
Ashely Montagu asevera que ningún adulto se hace “violento” sin haberlo aprendido en la infancia. La socialización de género es crucial para que se reproduzca la violencia. Durante la infancia y la adolescencia es cuando se reciben y se asimilan por su reiteración, los falsos valores que configuran los tópicos y estereotipos sexistas, que a su vez establecen la desigualdad y la discriminación de las personas por razón del sexo, jerarquizando una falaz superioridad del sexo masculino sobre el femenino.
La asimilación de esos valores dominantes condiciona en sentido sexista los comportamientos que se adquieren durante la infancia, en plena etapa de la formación psicológica de la personalidad, haciendo que se perpetúe la violencia de género, por la transmisión de generación en generación.
En cuanto la violencia deje de ser un valor en sí misma, los niños dejarán de asociarla a la masculinidad.
Soportar la violencia sexista desde temprana edad convierte a las/os hijas/os en víctimas directas de la misma. Allí donde se implante la violencia de género estará por principio excluido cualquier sentimiento de amor, de sensibilidad y de responsabilidad.
Resulta muy difícil que no transmitan de adultos la violencia machista, aquellos que la sufrieron durante la infancia. De forma recurrente acontece que las hijas y los hijos expuestos a la violencia de género tiene una probabilidad considerable de ser víctimas de la misma en la edad adulta.