Capitana Zaida. Gracias

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Cuando, la violencia de género queda al descubierto, se produzca donde se produzca, sea en el mundo opaco del hogar, en la empresa en la que se desempeña el trabajo, o en el ejército al que se pertenece por la condición de militar. La reacción inmediata es negar la evidencia con la misma virulencia que se ejerce sobre la mujer. Las incomprensibles concurrencias que oculta el delito hacen que la decisión de la agredida se suele tomar tarde, después de soportar lo indecible y de armarse de un valor que no deja de ser oscilante, para finalmente denunciar la violencia padecida por la simple condición de ser mujer, denuncian reitero, cualquiera de sus múltiples modalidades, violencia física, psicológica, económica, acoso laboral, sexual o judicial (querulancia). Como es fácil comprender , aunque parezca lo contrario, no es necesario que la víctima soporte todas y cada una de las formas de violencia que acabo de enunciar, sin embargo suele ser habitual, si no se denuncia al inicio del maltrato, que este vaya en aumento y diversidad, a voluntad del maltratador coincidiendo con la capacidad de aguante de la víctima, porque la voluntad de esta queda subyugada, su identidad absorbida, reducida a una situación de control que produce incertidumbre y un temor constante, imposible de eludir.

Más tarde, el sufrimiento de la Capitana Zaida aumenta, al tener consciencia de la soledad en la que se encuentra, respecto de sus mandos superiores, cuando verifica la defensa a ultranza del agresor por parte de los mismos y la prosecución de un acoso sin interrupción protagonizado por los acólitos del autor de los delitos, me vino a la memoria como un calco instantáneo los padecimientos de las mujeres que acuden cada día a causa de esta violencia a las asociaciones que componen la Federación, con sus rostros trémulos, el temblor de sus manos, la mezcla de indignación y llanto, o el silencio aterrador, donde solo los ojos lo dicen todo sin decir nada, se quedan atónitas al comprobar las unas y las otras, que después de tanta destrucción personal, como respuesta a un intento de avance a partir de la entrada en vigor de la  Ley Integral contra la Violencia de Género (L.O. 1/2004), se desata una campaña de desprestigio sin precedentes, persiguiendo sin descanso denostar públicamente la ley aprobada por unanimidad en las Cortes, aplaudida dentro y fuera de nuestras fronteras y del Continente Europeo, como ejemplo jurídico-legal capaz de llegar a erradicar la V.G, ante semejante riesgo se exige su derogación. Por asombroso que parezca, la impugnación no procede solo de los varones violentos que la ejercen, si no también, por  algunas o algunos de quienes estando especialmente llamados a cumplirla por su condición de jueces o juezas, se prevalen de ello para atacarla.

 Alentando con su actitud a que las páginas de internet se llenaran de panfletos contra las mujeres, con la infame acusación de que denuncian en falso, con retorcidas informaciones sobre el hecho de la violencia, consistentes en todo tipo de difamaciones, falsas imputaciones, calumnias brutales, continuas manipulaciones, amenazas extensivas hacia las propias organizaciones que las protege y defiende sus derechos humanos y los de sus hijas e hijos, con especial incidencia en facilitar que puedan vivir libres de cualquier violencia sexista.

Hago mención a cuanto antecede, para destacar lo que sucede, la respuesta ideológica que al instante se produce cuando se intenta acabar con el fenómeno social delictivo de la V.G., sacando a relucir la veracidad de la Declaración de Naciones Unidas, de 1980, que proclamó; “la violencia contra las mujeres, es el crimen encubierto más numeroso del mundo”.

A pesar de lo cual, las mujeres, civiles o militares, siguen soportando todas las facetas de la violencia machista.

Siguen escuchando insultos intolerables, injustificaciones inexplicables coreadas por multitud de voces desde las gradas de un campo de futbol simplemente porque una mujer se atrevió a denunciar a su pareja futbolista por violencia sexista. No es infrecuente, si no todo lo contrario, que cuando las mujeres maltratadas acuden a los juzgados de violencia sobre la mujer, en demanda de justicia, en multitud de casos, reciban un trato que se corresponde en todo con la victimización secundaria. Porque existe una especie de tendencia cronificada a cuestionar la credibilidad de una mujer, y porque además se puede constatar in situ que al parecer,  este es el único delito en el que no existe la legítima defensa, un simple arañazo en el rostro del maltratador convierte a la denunciante en culpable y suele acabar en el mejor de los casos, compartiendo condena con su agresor.

 Trascurren los siglos, las generaciones se suceden, pasa el tiempo y los cambios que se efectúan son más teóricos que reales, porque el poder sigue en manos del androcentrismo y lo que mas preocupa, es el riesgo, que en realidad ya se está produciendo, de que algunas mujeres, no pocas, cuando alcanzan o se acercan a los centros de poder de los varones, pueden ser aducidas,  absorbidas por una  estructura de poder masculino sin concesiones y ésta en lugar de transformar a la racionalidad todos sus contenidos repite esquemas equivalentes y conductas de sometimiento con sus subalternos.

La autocritica sobre que hacer las mujeres con ese poder, son valiosas, permiten reflexionar sobre la senda equivocada, ser iguales no nos puede conducir a ser idénticas en los errores. Mandar no es someter si no convencer. La disciplina representa una norma vital para las personas, pero el acatamiento sin distinciones comprensivas evidencia la acción de domesticar.

Si somos capaces de racionalizar hay que realizarlo sin subterfugios para evitar manipulaciones que solo conducen a confundir la realidad en beneficio de intereses espurios.

No desprestigia a las instituciones quien denuncia los delitos, si no quien los comete y quien los encubre. Denunciar salvaguarda los derechos propios y los ajenos de otras víctimas.

Gracias, muchas gracias, en nombre de todas por tu generoso valor, Comandante Zaida Cantera.

Madrid, 23 de Marzo de 2015

 

Ana Mª Pérez del Campo Noriega