Dos caras del mismo machismo: asesinada tras resistirse a una violación o cuestionada por no hacerlo

18 enero, 2018
  • Las expertas reivindican que el foco de las agresiones sexuales deje de ponerse en la actitud de la víctima o cómo debe reaccionar para centrarse en el agresor.
  • «Si nos localizamos en si se resiste o no, conseguimos desdibujar lo que hay detrás: la propia agresión y el machismo», dice la doctora Bárbara Tardón.
  • Existe el estereotipo de que toda violación está rodeada de violencia física extrema, pero no hay un patrón.

A Diana Quer la asesinó la violencia machista, aunque ha tenido que pasar casi un año y medio para que este elemento forme parte del relato público. La investigación pretende dilucidar si fue agredida sexualmente  antes de ser asesinada, como lo fue Nagore Laffage, muerta a manos de Diego Yllanes en los Sanfermines de 2008 en Pamplona tras resistirse a una agresión. En la misma fiesta, pero ocho años después,  una joven denunciaba a ‘la manada’ por violación en un portal de la ciudad navarra. « A Nagore la mataron porque dijo que ‘no’. Y a esta chica le cuestionan por qué no dijo que ‘no'»,  decía sobre el caso la madre de Laffage.

Las expertas en violencia sexual reivindican un cambio de enfoque social, mediático y judicial de las agresiones para que el peso deje de ponerse en la víctima y pase a caer sobre el agresor. «Al final, haga lo que haga, la víctima siempre es cuestionada. Nos centramos en evaluar cómo ha reaccionado la víctima, si se ha resistido, si ha dicho ‘no’, si ha opuesto fuerza…tratando el caso como si fuera aislado y propio de esa mujer. De esta manera lo que conseguimos es eliminar el elemento estructural y desdibujar el machismo que hay detrás», dice la abogada penalista Carla Vall.

A Asun Casasola, la madre de Nagore Laffage, le preguntaron en el juicio por el asesinato de su hija si la joven era «ligona». En el caso Diana Quer fue cuestionada su actitud, su entorno, su familia o su forma de vestir. Al final, fue un hombre el que, de noche mientras caminaba sola por la calle, la secuestró. Con el juicio a ‘la manada’ volvió a hablarse de cómo es una victima y qué se espera social y judicialmente de ella. La fiscal del caso llegó a asegurar en una de las vistas que «se ha superado el criterio de que la mujer tiene que resistirse como una heroína para evitar una agresión sexual».

Y es que «existe un estereotipo de víctima y todo lo que se sale de él es menos susceptible de ser condenable judicial y socialmente», explica la doctora en estudios interdisciplinares de género Bárbara Tardón. «La víctima tiene que resistirse y si no lo hace es que no ha habido agresión sexual, sino que algo esperaba, algo hizo, algo hay detrás…Además tiene que aparecer física y psicológicamente destrozada y todo ello debe aparentarlo de cara al sistema judicial».

El estereotipo de la fuerza

Con ello coinciden múltiples investigaciones sociales sobre violencia sexual, que destacan como uno de los estereotipos que más prevalecen en el imaginario colectivo el del uso extremo de la fuerza. «Existe una visión preconcebida –que ha prevalecido durante la Historia– de que las agresiones sexuales implican un alto nivel de violencia física», apunta el estudio   El abordaje de las violencias sexuales en Catalunya, elaborado por el Grupo de Investigación Antígona de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y el colectivo Creación Positiva.

Sin embargo, el mismo concluye que «la mayoría de las víctimas» manifiestan que «tenían miedo de recibir lesiones graves o de perder la vida y que, por lo tanto, han opuesto poca resistencia al ataque. En consecuencia, la prevalencia de este estereotipo respecto a la violencia sexual provoca que las víctimas / supervivientes que han ofrecido poca o ninguna resistencia física al ataque sean cuestionadas por la policía y el sistema judicial».

Aquellos casos en los que la víctima no opone resistencia suelen permanecer invisibles y rara vez llegan al ámbito judicial, pero las expertas insisten en que «reaccione de una manera o de otra, ella y el consentimiento siempre es cuestionado», dice Montse Pineda, coordinadora de la asociación Creación Positiva. «De Diana Quer dijeron que qué habría hecho, cómo habría sido su comportamiento, si tenía muchas parejas sexuales…». De la víctima de ‘la manada’ se hizo hincapié en que antes le había dado un beso a uno de los encausados.

Consentimiento en negativo o en positivo

Por ello, uno de los elementos trascendentales  que todos estos casos están poniendo en juego es el del consentimiento. «Tu tienes que demostrar que no has consentido a nivel penal y el hecho de hacerlo o no hacerlo es lo que se valora en sede judicial. Eso hace que socialmente pensemos que la resistencia debe de ser demostrada. Hay muchas sentencias que evidencian ese valor que se le da a la resistencia: cuánta más opones, menos consentimiento estás dando», argumenta Pineda.

Y es que el consentimiento es un elemento construido «en negativo» judicialmente, tal y como define Valls. Es decir, si la víctima no dice ‘no’ o no lo muestra con resistencia física, es que sí. Esta abogada penalista espera que el juicio a ‘la manada’ constituya un punto de inflexión para resolver si el consentimiento debe tratarse en positivo o negativo. «Si no digo no, mi sexualidad y yo misma está a disposición de cualquier práctica y en cualquier momento y eso es una barbaridad. ¿Y si no puedo decir que no?», se pregunta.

De hecho, la víctima de la violación múltiple de Sanfermines ha asegurado en varias de sus declaraciones que estaba «totalmente sometida» y los hechos se produjeron sin violencia extrema. «La mayoría de víctimas responden entrando en shock y ni siquiera pueden decir nada ni moverse. ‘Cuanto antes se acabe mejor’, piensan…Eso, unido a que el imaginario colectivo nos dice que si un desconocido nos viola, puede asesinarnos, hace que a muchos agresores ni les haga falta usar la violencia», dice Valls.

Es lo que Ruth Toledano cuenta en el relato de la violación que sufrió hace años por parte de un hombre con el que en un determinado momento había deseado mantener relaciones sexuales. Llegado un punto, él cambió y se puso agresivo. «S upe que yo iba a sufrir y que acaso podía morir de una manera horrible. Entonces decidí dejarme hacer. No dejé de pensar que de un momento a otro iba a empezar a estrangularme, a asfixiarme con la almohada», cuenta. «Si yo hubiera ido aquella mañana a una comisaria solo habría tenido mi palabra contra la de él».

No obstante, las expertas aluden a que el asesinato o el daño no dependen de que la víctima se resista. «Que te mate depende del agresor», zanja Pineda.  «Lo que nos mata no es resistirnos, es el machismo». Lo que sí puede implicar la resistencia es que haya violencia por parte del agresor para conseguir su objetivo, y eso sí tiene su traducción en el Código Penal, que diferencia entre agresión y abuso sexual, con más pena para la primera. Ésta se produce cuando media violencia e intimidación y el abuso sexual cuando no media y tiene que probarse el consentimiento.

Las expertas aluden a lo urgente de debatir sobre qué entendemos por este elemento y, a partir de ahí, comenzar a producir relatos nuevos sobre la violencia sexual. Para Bárbara Tardón, «en el momento en que nos focalizamos en si la víctima si resiste o no, lo que conseguimos es desdibujar lo que hay detrás: la propia agresión, el machismo, el daño, el agresor». Pineda coincide con la doctora y concluye nombrando la punta del iceberg que constituyen los casos conocidos: «Se les ha puesto un foco como si fueran excepcionales, cuando lo excepcional es la presión mediática que se les ha dado».

Fuente: eldiario.es